"Así lo vi yo" de Arlette de Alba y un homenaje a la familia de Alba

Hace unos días recibí con mucha ilusión y cariño mi copia de "Así lo vi yo" de Arlette de Alba, las memorias a modo de capítulos de la escritora y editora, a quien tengo el gusto y la suerte de conocer personalmente desde mi infancia y adolescencia, pues era una de las muchas tías de Martha, mi mejor amiga. Me encantó leer cada historia, no podía parar. La verdad es que me lo devoré en dos días. Que puedo decir, me removió los recuerdos. Me dieron ganas de volver a Querétaro a pasearme por el centro y probar las aguas de sabores en esos altares (esa tradición no la conocía). Pero, sobretodo me hizo recordar como la familia de Alba me acogió y me hizo sentir que era una sobrina más, y que siempre sería bienvienida.



Así es que escribí un pequeño texto en homenaje a la familia y los abuelos de Alba, y lo comparto por aquí. 

La familia de Alba – recuerdos de Amanda Steck

No recuerdo bien en que momento, debía ir en quinto o sexto de primaria, tuve la suerte de entablar una amistad cercana (que perdura hasta hoy) con Martha (entonces Marthita, para distinguirla de Martha su mamá, imagino). Y más o menos desde entonces, toda su familia me acogió y me aceptó como a una más de los muchos (muchísimos) primos y sobrinos que circulaban en la colonia. A mí me llamaba mucho la atención y me parecía maravilloso que toda la familia viviese junta en la privada. No sólo eso, sino que se apoyaban, ayudaban, platicaban, se juntaban. Y nosotros los niños jugábamos en una casa y luego en otra y luego en otra. Había primos de todas las edades, grandes, los que ya iban en prepa o estaban empezando universidad (como Elsa y Thierry), los medianos (como nosotras, de entonces 11 o 12 años) y luego el montonal de chiquitos. Mi familia no era así. En casa de mi mamá eran 6 hermanos, 2 mujeres y 4 hombres, pero la mayoría estaban en el DF y desde que nos mudamos a Querétaro ya sólo nos juntábamos en Navidad y a veces en verano. “Entrar” –convivir- con la familia de Alba fue todo un descubrimiento. No importaba ser la rara. 
De chiquita, muchas veces jugaba sola en el recreo. Me entretenía observando insectos o haciendo sopitas con manzanitas venenosas, esos frutos rojos, chiquitos, que nos decían que eran muy tóxicos y no debíamos de tocar; pero con los que igual jugábamos porque tenían el tamaño perfecto para nuestras muñecas. Hace poco me enteré que la planta conocida comúnmente como pingüica o chinkuili tiene pequeñas cantidades de cianuro, pero no es, para nada, mortal. Llegar a la familia de Alba fue como esa escena en la película “Freaks” de 1932, donde los monstruos acogen a uno nuevo cantándo “one of us, you’re one of us”.
Leyendo ahora, yo creo que tengo algo de “autista” o al menos “neurodivergente”, nunca acabé de embonar con la mayoría de los grupos ni en primaria, ni en secundaria ni en prepa.  Me acuerdo estar jugando en una casa grande, yo creo que en Tejeda, quizás la del tío Daniel, en algún cumple de Cristi y las otras niñas del salón estaban haciendo esos juegos en que se forman grupos exclusivos y unas se esconden de las otras…. con el objetivo de dejarte sola y aislada. Y alguno de los primos, quizás Yanick junto con Martha y Lorena vinieron a rescatarme, a decirme “no les hagas caso, ven, vamos a hacer otra cosa”. Y así, podría seguir contando. Me acuerdo de los pasteles de vainilla con relleno de fresas y queso crema que hacía Imelda para todas las fiestas o las enfrijoladas de Martha (mamá) o el exquisito pan dulce de Patty. Me acuerdo el shock de mi esposo -neerlandés- cuando llegamos a la consulta con la ginecóloga y primero nos pasamos unos buenos 25 minutos platicando con la tia Elda. No entendía. Recuerdo estar sentada en el suelo frío del salón de la casa de Pablo y Martha, viendo películas y más películas que íbamos a sacar del Videocentro, pasando en el camino a comprar botes de litro de helado de ¿era Holanda? Decidir cual(es) película(s) íbamos a ver era todo un proceso porque tantas tampoco se podían sacar. Recuerdo también el piso de la casa de Arlette, lleno de cajas y cajas de libros y no me imaginaba ni de lejos que yo también acabaría dedicándome a los libros infantiles (inspirada también por el trabajo de Luz). Recuerdo piyamadas y fines de semana en Kobra, los juegos, estar sentados en la oscuridad contando historias de terror. Cuidar a los primos chiquitos. Todas las fiestas de quince años, las graduaciones, alguna boda. Siempre me sentí un poco “colada”, pero también aceptada y rodeada de cariño, y creo que esto es testamento del amor y la unión que los abuelos supieron inculcar en todos los hermanos de la familia. También, ya siendo estudiantes universitarias, visitar a Tere en Grenoble cuando estuvo de intercambio. No se me va a olvidar, una época en la que estaba un poco deprimida, desencantada, desorientada y de alguna de las tías salió la idea de “pues que se venga al rancho con todos una semana”, y ahí entre todos, jugando al dominó, hablando, nadando, yendo a ver las vacas y encontrando y matando insectos en la casa, volvió la alegría y las ganas de vivir. Luego ver a todos ir creciendo, hacer sus vidas, y recientemente, volver de nuevo a la privada y verla llena de nuevos niños corriendo, pero que ya son los “nuestros” los de los que fuimos niños y jugamos en ese mismo espacio hace no tanto tiempo. 

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