Fuente |
Fuente |
de cuentos de hadas... y posiblemente El principito. Pero principalmente Asterix. O más bien "Astérix" con el acento -si lo vamos a escribir en francés correcto.
Cuando lo llamo “Astérix” en vez de “Asterix” no es por afán de pretención. Es una afán de distinción entre Astérix y Asterix, de la misma manera en que distinguiríamos El principito de Le Petit Prince. Son lo mismo y no lo son.
Porque lo que de verdad leí, de niño, creciendo en Londres, fue Asterix y no Astérix. Leí El principito—y no Le Petit Prince— y leí a los Finlandeses Moomins y cuentos de hadas Ingleses y Alemanes y Daneses y Franceses. Todos ellos, hasta donde yo sabía, grandes referencias de la literatura Inglesa, acomodados comfortamblemente al lado de Winnie-the-Pooh y Maurice Sendak, Roald
Dahl y Eric Carle y Alicia. No sabía entonces, pienso, lo que eran las traducciones. No sabía que las bromas de Asterix que tanto me hacían reir fueron escritas por una brillante mujer llamada Anthea Bell. Tal vez sabes que las palabras del Tintin original fueron escritas por su ilustrador Belga, Hergé— ¿Pero quién escribió la versión inglesa de Tintin? Si has leído El principito en vez de Le petit prince, a quien le debes esas palabras?
Pienso que sus nombres son importantes. Fue Katherine Woods quien levantó la pluma en 1943 para traducir El principito al inglés y escribir “Draw me a sheep…”. Fue Leslie Lonsdale-Cooper y Michal Turner quienes llenaron los globos de diálogo del Capitán Haddock -en inglés- con millones de "blistering barnacles" (que en la versión en castellano quedó com "rayos y truenos" aunque la traducción literal sería "percebes ampollantes"). Es mucho lo que les debemos.
Fuente |
Fuente |
Lo que leemos define nuestros horizontes. De niño no tenía ide que Asterix era una traducción pero Mujercitas (Little Women ) no, que Ursula Le Guin escribió en inglés pero que Pippi Calzaslargas necesitó a un segundo escritor para que lectores como yo pudiésemos enterarnos de sus aventuras. No sabía y no me importaba. Sabía sin embargo que con cada nuevo libro que leía y amaba estaba descubriendo una nueva manera de maravilarme, de encontrar una historia graciosa o emocionante. Estos libros traducidos -al igual que sus primos escritos en Inglés- eran más mundos de experiencia. Eran la historia y sus personajes y su voz y las preguntas que preguntaban y los dibujos que pintaban y las emociones que despertaban en el lector.
Hace un año publiqué un libro de referencia, The Oxford Companion to Children’s Literature.
Cuando empecé sabía que quería hablar de un mundo entero de libros infantiles. Pero resulta que la mayoría del mundo entero es difícil de encontrar hoy en día. Incluí entradas de aquellos libros extranjeros que enriquecieron el viejo canon: El principito, Astrid Lindgren, los hermanos Grimm y el resto. Estos libros nos hicieron lectores— a muchos otros nos hicieron escritores. Pero estos libros llegaron al Inglés hace 40, 60 o 100 años. ¿Donde está todo lo que se ha escrito desde entonces?
Recientemente visité una de las librerías principales de Londres y me puse a contar. Encontré 2047 libros infantiles, de los cuales 2018 eran de escritores de habla Inglesa y 29 eran traducciones. De esos 29 el número de escritores vivos representados era de... 6.
¿Se deberá esto a que nadie en el mundo está escribiendo libros para niños que valga la pena leer? Bueno, aunque se puede arguir que el mundo Anglófono es atípico en cuanto a número y calidad y —según algunas medidas—variedad de libros infantiles, parece improbable. ¿Hay seis punto siete mil millones de personas en el mundo cuya lengua materna no es el inglés y nadie está escribiendo buenos libros para niños? ¿Nadie excepto nosotros —como sea que se defina ese problemático nosotros— tiene historias que valgan la pena contar? ¿Cuántos idiomas se hablan en los hogares y escuelas de Nueva York o Londres? ¿Y a donde van los niños de esas ciudades a encontrar brillantes nuevas historias de escritores infantiles Polacos, Colombianos, Sirios, Turcos o Chinos? Esos escritores existen, se los puedo asegurar. Y aun así por alguna razón privamos a nuestros niños de sus historias, y los empobrecemos en el proceso.
En el mundo real, si construyes una pared alrededor de tu propia cultura no son sólo los otros los que pagan el precio, los que salen perdiendo.
Fuente |
Fuente |
En el mundo real, si construyes una pared alrededor de tu propia cultura no son sólo los otros los que pagan el precio, los que salen perdiendo.
Tengo que confesar cierta parcialidad. Soy traductor y los traductores estamos vocacionalmente inclinados hacia derribar los horizontes literarios. Nos quejamos eternamente de la resistencia del mercado editorial y de publicación en trabajar con obras traducidas, con literatura del mundo si se le quiere poner así. Bueno, pues conseguir que se traduzcan libros infantiles hace parecer traducir los de adulto un juego de niños
Por supuesto que Francia y Alemania tienen mundos de literatura infantil robustos y prósperos, que han sobrevivido nuestros intentos de enterrarlos con traducciones de (Harry) Potters y Crepúsculos. Cosas fantásticas están sucediendo en la escritura e ilustración infantil allí, al igual que en Escandinavia, Brasil, Italia y casi cualquier lugar al que decidamos dirigir la mirada. Pero algo pasa entre esos libros nativos Franceses, Alemanes y Brasileños y el mercado Británico y Americano— o más bien, algo no pasa.
Los canales por los que nos llegaron Tintin, Asterix y esos Moomins, los cuentos de hadas Alemanes y Daneses y El principito, están hoy casi cerrados. ¿De donde entonces nos llegarán los Moomins del mañana?
Tenemos la suerte de contar con casas editoriales cuya misión explícita es construir su catálogo mirando hacia fuera. Casas como Enchanted Lion, Pushkin Children's Books en el Reino Unido y Gecko Press en Nueva Zelanda, junto con muchos honorables otros que están realizando un gran trabajo. Y no pienso que estén publicando los libros del mundo sólo porque valga la pena hacerlo, sino porque hay grandiosas historias allí afuera. Y lo que es más importante, lectores para ellas. El hecho de que se trate de traducciones no las vuelve malas historias, o difíciles o incluso poco comerciales.
Los canales por los que nos llegaron Tintin, Asterix y esos Moomins, los cuentos de hadas Alemanes y Daneses y El principito, están hoy casi cerrados. ¿De donde entonces nos llegarán los Moomins del mañana?
Fuente |
Lo que me lleva a la siguiente pregunta: ¿Deberíamos señalar a los niños lo extranjero de estos libros extranjeros? ¿Es eso una celebración o una guetoización perezosa? Estoy entre las dos partes. (Como traductor, ahí es donde pasó la mayor parte de mi tiempo). Porque aun existe una cierta resistencia a lo que se percibe como "extranjero"—por el bien de los niños. (¿Aunque ha escuchado alguna vez a un niño decir: "No, no quiero leer ese libro, es una traducción"? ). Este pensamiento sugiere que los niños sólo disfrutaran libros que reflejen su propia experiencia— de esa manera únicamente los niños pioneros disfrutarían de leer La pequeña casa de la Pradera y únicamente verdaderos magos querrían leer Harry Potter.
Tenemos una visión muy estrecha de cómo los niños podrían disfrutar la lectura y una miserable ambición sobre el origen de esas lecturas. ¿De verdad pensamos que los libros son importantes para los niños— que retan y expanden su curiosidad, entendimiento y empatía? Si es así, les estamos fallando. Los que escribimos y traducimos, los que encargamos y publicamos libros infantiles— y me temo que aquellos que los compramos también. Aquellos que crecimos con una dieta de Babar y Hans Christian Andersen deberíamos comprender que no hay que temerle a los Belgas ni a los Moomins ni a los Galos. Cuando hablo con amigos de otros países descubro una tentadora imagen de lo que nos estamos perdiendo: un mundo de historias narradas a los niños— y a la cual nosotros, por algún motivo hemos dejado de mirar.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Daniel Hahn es escritor, editor y traductor. Sus libros más recientes incluyen The Oxford Companion to Children's Literature y la traducción inglesa de A General Theory of Oblivion del escritor Angoleño José Eduardo Agualusa.
*Ensayo originalmente publicado en inglés en la revista Slate. Traducción libre al castellano por Serendipity literatura blog.
Tenemos una visión muy estrecha de cómo los niños podrían disfrutar la lectura y una miserable ambición sobre el origen de esas lecturas. ¿De verdad pensamos que los libros son importantes para los niños— que retan y expanden su curiosidad, entendimiento y empatía? Si es así, les estamos fallando. Los que escribimos y traducimos, los que encargamos y publicamos libros infantiles— y me temo que aquellos que los compramos también. Aquellos que crecimos con una dieta de Babar y Hans Christian Andersen deberíamos comprender que no hay que temerle a los Belgas ni a los Moomins ni a los Galos. Cuando hablo con amigos de otros países descubro una tentadora imagen de lo que nos estamos perdiendo: un mundo de historias narradas a los niños— y a la cual nosotros, por algún motivo hemos dejado de mirar.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Daniel Hahn es escritor, editor y traductor. Sus libros más recientes incluyen The Oxford Companion to Children's Literature y la traducción inglesa de A General Theory of Oblivion del escritor Angoleño José Eduardo Agualusa.
*Ensayo originalmente publicado en inglés en la revista Slate. Traducción libre al castellano por Serendipity literatura blog.
Comments
Post a Comment